Escribe Marcela Passadore

 

Yo vivía en Victoria, Entre Ríos, y como en mi escuela era la única que tocaba la guitarra, desde segundo grado hasta séptimo me presenté en todos los certámenes escolares que hacía la provincia. Ya de chica, desde los siete años, me hacían pasar como si tuviera doce, porque era alta y en esos certámenes sólo participaba séptimo grado, así que durante toda la primaria viajé con el grupo que se armaba para participar en esos concursos, que muchas veces ganábamos.

Recuerdo haber ido a Rosario del Tala, quizá en el año 1977, y había allí un señor muy alto, con mucha presencia y estampa de caballero, que integraba el jurado: después de nuestra presentación se acercó a felicitarme, y yo no podía creer que esa figura, todo un prócer, se hubiese interesado en mis canciones.

Volví a verlo en los años siguientes y terminó por convertirse en una imagen familiar para mí, y desde luego en un referente musical de todo Entre Rios.

Pasaron los años, seguí y sigo con el canto y la guitarra, y me vine a vivir a Buenos Aires, pero mantuve amigos músicos en Paraná que me presentaron a este señor y ahí caí en la cuenta de que era aquel que recordaba de mi infancia.

Por cuestiones de la vida, pasé en Paraná los años 1996 y 1997: un día atendí el teléfono y escuché una voz grave y profunda... era Walter Heinze, el señor de mi infancia, que me proponía abordar en dúo un repertorio de música popular argentina y del cancionero anónimo del siglo XV, aquellos romances que tanto nos marcaron con aquel disco de Leda Valladares y María Elena Walsh. De inmediato acepté: para mí, su llamado era un honor.

Así empezamos a tocar juntos, incluso con algunos arreglos para dos guitarras, a los cuales yo, irreverente, accedía. Y se sucedieron viajes, cenas familiares junto a su querida Elvira y sus hijos Germán y Federico, de quienes también me hice amiga y, según creo, llegué a formar parte de su entorno familiar.

Walter, una persona íntegra y profunda, no sólo me enseñó cuestiones que tienen que ver con la música sino también con el cine y la literatura, ya que era un hombre muy interesado por el arte en general.

Me siento agradecida por haber compartido con él y con su familia tantos viajes, las comidas inolvidables de Elvira, las sonrisas de sus hijos y los vinitos, que a él le gustaba descorchar cuando alguien iba a su casa. En fin, aún se lo añora.

 

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